Explicación
Este viejo refrán nos recuerda una verdad sobre la naturaleza humana: a menudo, aquellos que poseen mucho, anhelan tener aún más. La frase ilumina cómo la avaricia puede ser un pozo sin fondo, donde el deseo por más riquezas solo crece con cada adquisición y nunca se sacia. Desde tiempos inmemorables, la humanidad ha estado en búsqueda de mayores posesiones, creyendo que éstas traerán felicidad o satisfacción. Sin embargo, este ciclo perpetuo de querer más suele dejarnos con un sentimiento de insatisfacción constante. La avaricia se burla de la suficiencia, nos lleva a compararnos y, en el proceso, nos hace olvidar que la verdadera riqueza no siempre radica en el dinero o las posesiones materiales. Nos invita a reflexionar sobre lo que realmente valoramos y cómo la búsqueda infinita de posesiones puede llevarnos a un estado de carencia emocional.